sábado, 25 de marzo de 2017

Nausicaa. 50x70 cm. Intuos Pro y Photoshop. 2017




domingo, 12 de marzo de 2017


VIVIR EN EL REALISMO MÁGICO


En un cuento de Julio Cortázar el protagonista de la narración convalece en la cama de un hospital alternando sueños muy vívidos de cacería humana con el recuerdo de un accidente de motocicleta. En el “sueño” es un cautivo de los aztecas sobre el altar de sacrificio a punto de morir, con el vago recuerdo de haber cabalgado un insecto mecánico; en la vigilia, un paciente adolorido queriendo escapar de las pesadillas. La realidad es ambigua y la frontera entre el mundo onírico y el que llamamos “realidad” se funde y desparece. En Cien años de soledad García Márquez narra la historia de un hombre rodeado perpetuamente por mariposas amarillas; nos habla de una lluvia torrencial sin pausas que demora meses hasta parecerse al diluvio bíblico; nos cuenta sobre una peste que asola con el insomnio y la amnesia a los habitantes de un pueblo y describe también a una muchacha de belleza luminosa y perturbadora, que repentinamente comienza a levitar mientras tiende unas sábanas y se eleva en el cielo hasta desaparecer.

Cuando ocurrió el boom de la literatura latinoamericana en las décadas de los 60’ y 70’ los lectores europeos no imaginaban que aquellas historias no eran pura destreza imaginativa de los escritores del boom ya que, en muchos sentidos, los habitantes del nuevo mundo convivían desde siempre con lo que podría denominarse una realidad aparte. Así que, en muchos sentidos los artistas del Caribe, de Suramérica y Centroamérica no imaginan cuando crean, sino que registran, documentan y fabulan su cotidianidad, hacen alquimia de sus tradiciones, de sus creencias, de su historia, de su devenir social. Cuando en Europa irrumpió el Dada y el Surrealismo en la primera mitad del Siglo XX, el Realismo mágico campeaba desde hacia siglos en el nuevo mundo y deslumbró a los conquistadores españoles.

En esa realidad encantada se fragua la obra de Ricardo Laverde, sus esculturas geométricas, sus polígonos transparentes y los planos seriados luminiscentes, quizá como contraposición de la razón al ensueño, de lo dionisiaco opuesto a lo apolíneo, aunque paradójicamente se trate de una geometría poética. El génesis de la obra de Ricardo es susceptible de paralelismos literarios: Ricardo Laverde nació en Colombia y su niñez transcurrió entre las aulas de clase, las calles de Cali, los juegos infantiles y el humilde taller de herrería paterno, donde descubrió que el hierro de fabricar rejas y portones también podía modelarse para construir un tren de juguete, donde descubrió con la misma emoción que Aureliano Buendía contemplando por primera vez el hielo, que el asombro debe ser una práctica cotidiana. Durante su juventud viajó como vendedor de distintas mercancías, comenzó a estudiar arquitectura en Venezuela y aprendió a trabajar el plexiglás con el mismo propósito que los gitanos exhibiendo el hielo en los pueblos de la costa colombiana. En esos años vivió en las barriadas caraqueñas, laberínticas, tan tétricas y peligrosas como las favelas brasileñas, en donde es posible extraviarse irremediablemente si no se lleva el hilo de Ariadna y el valor de Teseo. Quizá por ello Ricardo quiso ser como Dédalo, arquitecto y orfebre, para escapar del laberinto y decidió estudiar diseño de joyas. Las piezas de orfebrería de Ricardo nunca fueron convencionales, buscaron la perfección de la joyería (con la obsesión del Coronel Aureliano Buendía con los pececitos de oro), pero alternando el hierro oxidado encapsulado en resina con remaches de oro, láminas de plata reticulada, chips de computadora, orugas y piedras preciosas. Los modelados de cera perdida para collares y pectorales reproducían ammonites que debían parecer un hallazgo arqueológico. Las joyas escultóricas de Ricardo paulatinamente se convirtieron en  instalaciones (extraordinarias, como “La transparencia del mal”) y en esculturas puras, las que ahora serán exhibidas en la muestra "Inside Light", en Satura Art Gallery, Génova, del 11 al 22 de marzo de 2017.


Mariano Esquivel
Bogotá, marzo de 2017