Publicada el 07-01-2013
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Entrevista con Mariano Esquivel
Mariano bienvenido a Globedia
Internacional.
P.- Háblenos un poco acerca de su
infancia, de sus padres.
R.- Nací un 21 de septiembre de 1965, en
la ciudad de Bogotá. Mis padres provienen de pueblos rurales del interior de
Colombia, son personas sencillas que me enseñaron desde muy temprano la
importancia de la unión familiar, la dignidad, el valor de la palabra empeñada
y de la innegociable honestidad. Por caminos diferentes coincidieron mis padres
en la capital de Colombia, en el caso de mi padre, porque su familia,
propietaria de una finca en el Departamento del Tolima, cansada de pasar las
noches aterrorizada entre los cultivos de café donde se ocultaban, por temor a
los brutales ataques de los fanáticos de las dos facciones políticas que se
disputaban el país en la década del 50, optaron por huir de la atroz violencia
que lamentablemente aún perdura en esta parte del mundo.
Mi infancia transcurrió junto a mi hermano
mayor y los cuatro hermanos que fueron llegando sucesivamente en un ambiente
tranquilo y humilde, resguardado de las preocupaciones y sobresaltos de la vida
cotidiana. Supongo que esa burbuja de serenidad y aislamiento de los aspectos
ásperos del mundo contribuyó a crear una realidad paralela forjada en la
imaginación y que devino en la personalidad introvertida y la timidez que aún
me acompañan. Aunque muchas memorias de la infancia se han esfumado, recuerdo
vivamente la llegada del hombre a la Luna, no había cumplido los cuatro años,
pero sentí que algo mágico había ocurrido ante mis ojos, la euforia de los
adultos ante esas imágenes borrosas se quedó para siempre y fue alimento de la
imaginación. De ese mundo imaginario en continuo crecimiento había que salir
eventualmente para ocuparse de los deberes escolares que asumía con resignada
responsabilidad, en donde creí detestar la poesía que tenía que aprender y
recitar de memoria; en donde había que lidiar con compañeros que preferían los
juegos rudos, los deportes de fuerza y develaban bruscamente una malicia en la
que nunca sobresalí. Creo que de aquel tiempo uno de los descubrimientos más
importantes fue el de la amistad, que con el paso del tiempo valoro como un
verdadero tesoro.
Hacía 1978 mi familia se trasladó a
Venezuela y vivimos varios años en la ciudad de San Cristóbal, Edo. Táchira,
desde donde me trasladé a Caracas para estudiar arte, a los veinte años, con
muy poco dinero, sin conocer la ciudad, sin un lugar para hospedarme, y sin
haber concluido la infancia.
P.- ¿Siempre quiso ser artista, alguien le
motivo?
R.- Como muchos niños de mi generación, yo
quería ser astronauta y sino, en el mejor de los casos, desempeñar cualquier
oficio que me convirtiera en el héroe arquetípico de esos tiempos, aquél que
denominábamos con admiración “el muchacho”. El arte no formaba parte de mi
interés, cuando cursaba el segundo grado de educación primaria escribí un
cuento fantástico para cumplir un deber escolar y descubrí inconscientemente
que aquello era un desahogo, una forma de respirar mejor, de aligerar la
presión en ese espacio ilusorio. Observaba semi hipnotizado los dibujos que
realizaba un tío materno muy talentoso y deseaba trasmutar aspectos de mi mundo
imaginario a través de dibujos como lo hacía él. Por aquellos días visité por
primera vez una exposición de pintura en la que me desconcertó un collage de
Picasso y encontré imposible que las obras hiperrealistas que contemplé
pudieran ser obra humana y menos con los torpes rudimentos del pincel. Así que
descarté ese camino, lo que no impidió que comenzara a dibujar los personajes
de las historietas que compraba a escondidas con auxilio del lápiz y los
creyones, que consideraba más amigables que los pinceles de los que me sentía
indigno.
Si bien no tuve una persona especifica que
me alentara a seguir el camino del arte, y fue la intuición la que actuó como
una brújula asociada con la necesidad de “respirar” las que me llevaron de la
mano, a diferencia de lo que ocurre en muchas familias latinoamericanas, en
donde existe la arraigada superstición de que los artistas son una suerte de
hibrido entre paria, bohemio y desdichado vagabundo de la pobreza, mis padres
me apoyaron incondicionalmente cuando les manifesté que quería estudiar arte,
incluso a pesar de que elegí el momento menos oportuno.
P.-Háblenos un poco acerca de su trabajo.
R.- He renunciado al propósito de
controlador meramente racionalista en privilegio de la honestidad de la
intuición, por lo que creo que mi trabajo es como un calidoscopio que se ha ido
alimentando de múltiples inquietudes que se entremezclan a veces azarosamente
en una suerte no intencionada de metalenguaje. Esas inquietudes buscan
manifestase, asumir un lugar concreto en el plano de realidad compartido y
eligen las herramientas y la forma que quieren tomar. Esas herramientas pueden
ser las de la pintura, el dibujo, la instalación, la fotografía, la poesía, el
análisis estético, el diseño, etc. Así que he incursionado en distintas áreas
del arte en la medida que lo he necesitado, siempre procurando dejar fluir los
conceptos a través del medio que les permitiera decirse mejor. Aunque la mayor
parte del tiempo se lo he concedido a las artes plásticas, éstas siempre han
sido un núcleo gravitado por la literatura y la filosofía. Razón por la cual en
la década de los 90 hice una serie de pinturas como un intento de retribución a
la literatura y sus hacedores desde el lenguaje y la expresión plástica, desde
el contexto pictórico de su autor, desde su correlación con los libros,
denominada “Torre del homenaje”; humildemente, agradecidamente, afectuosamente,
con esos dibujos y pinturas quise acercar esos escritores a mi mundo, así como
ellos, generosamente me había acercado al suyo. Posteriormente hice otras dos
series con fuente literaria, esta vez originadas en el Quijote, denominadas: “Molino
de Viento” y “Trovador”. La primera retomaba el pasaje del Quijote de la
Mancha que relata el encuentro del Quijote con los molinos de viento que
confunde con gigantes. En aquellas obras el Quijote era representado no como lo
describiera Cervantes, sino como Alonso Quijano se imaginaba así mismo. Los
Molinos de la contienda eran sustituidos por íconos de la cultura occidental.
En el desarrollo de Molino de Viento, el Quijote se metamorfoseo paulatinamente
en el personaje de la serie “Trovador”, suerte de juglar y trovador, símbolo
del narrador errante del medioevo.
Las obras de carácter instalacionista han
sido, bien, sustentadas en un poema de Borges o como respuesta a “La
transparencia del mal” de Jean Baudrillard. Las otras, han sido de corte muy
intimista.
Actualmente trabajo en una serie que llamo
“Geometría del Color”, que tiene cercanías con el movimiento del Op Art y El
Cinetismo, pero sin llegar a incursionar en ninguno de los dos ámbitos. Las
obras de ésta serie sólo pretenden tener una aproximación a las posibilidades
de la experimentación con el color y las formas geométricas, en la búsqueda de
imágenes con carácter poético. Estas obras están habitadas en su mayor parte,
por niños que interactúan con los espacios geométricos. Elegí a los niños para
que jugaran en esos espacios sin un propósito consiente en principio, luego
creí entender que son ellos quienes pueden convertir esos espacios geométricos
en ámbitos lúdicos con capacidad para invitar al observador adulto a
compartirlos con la misma inocencia.
P.- ¿Cómo ve Ud. El arte en países como
Venezuela y Colombia?
R.- Se trata de un problema complejo que
hay que analizar desde distintas perspectivas, pero puedo hacer una tentativa,
que inevitablemente será meramente aproximativa, estrictamente personal y
enfocada en las artes plásticas. Aunque mi opinión pudiera parecer un punto de
vista pesimista, no lo es, porque creo de todo corazón en la manera como el
arte habita y se manifiesta en y desde los seres humanos. El arte atraviesa una
crisis que es global y vemos reflejada en ambos países, pero no en los extremos
planteados por Theodor Adorno y su certificado de defunción a la labor artística,
aunque si se trata de una crisis cercana a la que plantea Baudrillard en la
“Transparencia del mal”. Sintetizando, creo que se ha perdido la brújula y un
número importante de artistas (ante todo me preocupan los jóvenes) navegan a la
deriva o persiguen espejismos producto de la falta de reflexión, de las
deficiencias de la formación artística y un síndrome paradójico: la
desinformación del exceso de información. Si hubiese que catalogar (lo cual me
disgusta) a los artistas para hacer comprensible el problema, los dividiría en
cuatro grupos:
1. Los artistas que buscan afanosamente un
rol protagónico en una ilusoria vanguardia, mediante el seguimiento exhaustivo
de los trabajos promovidos por curadores profesionales en otros países.
2. Los artistas que siguen el vaivén del
mercado del arte y realizan una obra condicionada por éste.
3. Los artistas extraviados en la
confusión reinante que no logran encajar en ninguno de los dos primeros grupos
y disparan flechas en todas las direcciones y en la más triste oscuridad.
4. Los artistas que trabajan desde la
reflexión consciente (los menos), aquellos que se han preocupado mínimamente
por hacerse las preguntas básicas y han hecho un esfuerzo (consciente o
inconscientemente) por tratar de aproximarse honestamente a las posibles
respuestas de los siguientes interrogantes: ¿qué es el arte, cuál es su función
y por qué dedicarse a ello?
Ahora bien, más allá del problema de los
productores de arte, está el de los encargados de analizar y difundir dicha
producción. Una parte de la responsabilidad recae en quienes ejercen la
crítica, en los museos y galerías, mientras el resto depende del interés del
público en general. El desempeño exitoso de los museos en ambos países depende
tanto del apoyo del estado como del acierto en la gestión de estas
instituciones y, si en Colombia dicho apoyo es penosamente tímido, en el caso
venezolano es sumamente grave, debido principalmente a la politización de los
entes culturales. Actualmente no es posible disfrutar de exposiciones que recuerdo
con nostalgia como las que albergó el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas en
mejores tiempos, con muestras extraordinarias como la de Francis Bacon, Henry
Moore, Robert Rauschenberg, Baltasar Lobo, Lynn Chadwick, Paul Klee o Fernand
Léger, por sólo citar algunas entre muchas memorables, tanto de artistas
propios como extranjeros. El espacio reservado a la crítica y a la curaduría
(dicho en términos muy generales), luce plano, no se hace notar, mientras deja
traslucir una continua necesidad de apoyarse en los referentes foráneos en
perjuicio de las iniciativas originales fundadas en la investigación. Creo que
esto ocurre por la misma ansiedad que padecen los artistas del primer grupo
arriba citado y por lo mismo urge una auto revisión del papel de la crítica y
su función en el desarrollo cultural. Por otra parte, el papel del público en
general (excluyendo aquellos que poseen una formación especializada o un habito
cultivado) mantiene una actitud más bien desinteresada que está más acentuada
en Colombia que en Venezuela.
P.- ¿Cree Ud. Que en Latinoamérica se le
da al arte, el apoyo que requiere?
R.- Supongo que amparados en la recesión,
en la falta de recursos y en los múltiples problemas que nos aquejan, en
Latinoamérica es frecuente que se recorten los ya exiguos presupuestos
culturales. Necesitamos más y mejores espacios de exhibición, mayor estímulo
para nuestros artistas, para los estudiantes de arte, para el desarrollo de sus
propuestas y se requiere mayor promoción de la actividad cultural en general.
Cuando no se tiene la posibilidad de viajar y visitar los grandes museos del
mundo, la alternativa es el intercambio, los préstamos de obras, invitar
artistas, traer las mejores exposiciones a nuestros museos y acercar el resto
del mundo cultural al público Latinoamericano. Es una aspiración costosa
en términos económicos y más costosos aún en términos de conciencia y
compromiso político, ya que las prioridades suelen ser otras, mientras no se
comprenda que la pobreza material se combate también erradicando la pobreza
cultural. Hasta que no opere el inaplazable cambio que modifique nuestra escala
de valores, seguiremos viendo como el presupuesto de nuestros países destinado
a la compra de material bélico (por ejemplo) tiene mayor primacía y crece desmesuradamente
mientras la educación y la cultura siguen relegados a los últimos lugares, y
sobreviviendo con asignaciones mínimas.
P.-¿Qué respuestas están dando las artes a
los inevitables cambios y crisis que vive actualmente el mundo?
R.- Para intentar responder esa pregunta
hay que hacerse otra más compleja, que en opinión de algunos es aún insalvable:
¿Qué es el Arte, cuál es su función? Como no puedo dejar de pensar que
cualquier cosa que intente decir es insensata pretensión, y que aún así, se
trata de una responsabilidad ineludible, voy a delegar parte de ese peso
citando J.L.Borges, cuando señaló lo que no es el arte: “No quiero persuadirme
que la obscuridad haya sido en momento alguno, meta del arte. Es increíble que
generaciones enteras se atareasen a sólo enigmatizar...” Lo que la experiencia
me ha enseñado es que las repuestas no se encuentran restringidas a la
abstracción de los tratados de estética, ni a los postulados filosóficos, sino
fragmentadas y paulatinamente reveladas en los descubrimientos personales. El
arte es un intento de proyección a medio camino entre el mundo material y el
mundo espiritual, pues empieza y termina en una necesidad arraigada en lo más
profundo del hombre, surge como manifestación de su mundo espiritual, e
intelectual y actúa como vehículo de transformación en el individuo y en el
colectivo. El arte forma parte intrínseca del crecimiento, de la evolución
humana y ese crecimiento es vital para la superación de muchas de las
dificultades que nos afligen, pues incrementa la sensibilidad y la
inteligencia. Consumir arte (no queriendo decir con ello, “comprar” arte) es
tan necesario como cualquier otro bien inherente a la subsistencia de la
especie.
Situándonos nuevamente en el territorio
especifico de las artes plásticas, recordemos que recientemente circuló por los
medios impresos y digitales la polémica afirmación de la critico de arte
Avelina Léseper, sobre el arte contemporáneo, en la que denunciaba que "La
carencia de rigor (en las obras de arte) ha permitido que el vacío de creación,
la ocurrencia, la falta de inteligencia sean los valores de este falso arte, y
que cualquier cosa se muestre en los museos" Sintiéndolo mucho, coincido
en varios puntos con la Sra. Léseper. ¿Y, de tener razón, a qué podemos
atribuir semejante situación? En este caso la respuesta es lapidariamente
simple: Se trata de obras producidas por artistas pertenecientes al primer
grupo catalogado más arriba. Mientras subsista el afán protagónico, la urgencia
de trascendencia fácil y efímera, el ansia de sobresalir con la sorpresa
ingeniosa, con abstracciones conceptuales de complejidad simulada o con obras
calculadamente lindantes en el escándalo, pero carentes de proceso reflexivo,
de auténtico propósito investigativo y ante todo de Honestidad, lamentablemente
continuaremos siendo testigos de lo que la Sra. Léseper denomina “arte falso”.
Jean Baudrillard hace un inquietante retrato de la situación cuando afirma “que
el arte se deslíe en los vapores dejados por la orgía, agotado en todos los
excesos que actualmente la caracterizan”.
Creo que una porción importante de la
producción artística se manifiesta en sintonía con la crisis y con los cambios
que estamos viviendo en la medida que equivoca su rumbo y banaliza la búsqueda,
lo cual está muy bien hasta cierto punto, porque forma parte del proceso de
aprendizaje que nos corresponde como sociedad, como civilización.
Afortunadamente esa porción no es el “todo” y muchos artistas continúan en
igual sintonía con su momento histórico, pero trabajando desde el compromiso y
la honestidad, sin pretender reafirmar una contemporaneidad que les pertenece
por derecho, ni entregarse a una nostalgia anacrónica e inaprensible.
Si aceptamos la posibilidad de que el arte
es parte intrínseca del alma, entonces podemos asumir que se trata de un ente
vivo con el potencial de crecer y evolucionar con nosotros, y ciertamente
continua allí, haciendo su trabajo, suscitando la necesidad creativa inherente
a los seres humanos, buscando las formas adecuadas de decirse y aprovechando la
información y los recursos heredados, tanto como las nuevas herramientas que
proporciona la tecnología, muy a pesar de la nota necrológica de Adorno o las
postrimerías decadentes que le atribuye Baudrillard.
Entonces el arte debe seguir difundiéndose
y llegar al mayor número de personas, ya quelo innegable es que todo aquél que
complemente su existencia con el cultivo del arte en todas o en cualquiera de
sus manifestaciones, no puede ser sino mejor persona. Una sociedad que se
desarrolle sanamente produce, consume y fomenta el arte.