DE
MARILYN DUARTE
Increíblemente,
todo ser humano es un perpetuo dibujante, pero pocos lo saben. Ese minucioso
dibujo que cada persona traza es realizado con nuestros movimientos y comienza
con los primeros pasos en la infancia. La acción de desplazarse en diferentes direcciones
a lo largo de la vida conforma un dibujo abstracto e invisible que desemboca en
lo que al final denominamos destino. La
fortuna estética de esa obra individual solo puede contemplarse situándonos en
un plano del tiempo y el espacio inaccesible por el momento para la mayoría. Alguna
vez J.L. Borges especuló que ese posible dibujo podría ser el rostro del ser
amado. Un sucedáneo de aquel dibujo corporal sintetizado en el tiempo musical es la danza,
que traza en el espacio formas de una belleza luminosa y etérea. Quizá la
contemplación de la danza nos conmueve (a veces hasta el éxtasis o la epifanía)
no sólo por su obvia belleza, sino por su semejanza con el vuelo, por su
desprendimiento de lo terrenal, por su proximidad con el tránsito hacía lo inmaterial.
Los dibujos y pinturas de Marilyn Duarte son símbolos de ese arrobamiento
estético que conjugan la gracia del movimiento, la armonía de la música, la
poesía que acontece en el espacio de la danza y se repite redimensionado en el
espacio pictórico y en el virtuosismo de la artista como una suerte de meta-lenguaje.
Las bailarinas de Marilyn reposan o se preparan, danzan o vuelan como las
mariposas (psique) que las acompañan mientras
tejen su coreografía –destino en el
espacio del arte.
Mariano
Esquivel
Bogotá,
Noviembre de 2011
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