EL REFLEJO DE NARCISO
Estas reflexiones no forman un cuerpo sistemático
ni pretenden satisfacer las exigencias de la forma literaria: no soy un
filósofo y Dios me libre de ser un literato; son la expresión irregular de un
hombre de nuestro tiempo que se ha visto obligado a reflexionar sobre el caos
que lo rodea.
Ernesto Sábato
La mayoría de las personas
utilizan en el lenguaje cotidiano la palabra Cultura, usualmente para referirse a un nivel educativo, para
calificar la conducta de alguien, para señalar ciertos eventos generalmente
públicos o determinadas profesiones u ocupaciones, para identificar una etnia,
un periodo histórico o una nación especifica, etc. Pero, ¿se comprende su
significado, para qué sirve y qué trascendencia tiene en la vida de todos esa
cosa llamada Cultura?
La respuesta parece
engañosamente simple, pero enfrentarse en profundidad a su complejidad resulta
intimidante, pues su significado se ha transformado con el paso del tiempo
convirtiéndose en un objeto multiforme y extrapolado a todos los ámbitos de la
existencia humana, es materia de estudio de las distintas corrientes de la
filosofía, la antropología, la sociología, la psicología, la historia, la
religión, las ciencias políticas y un extenso etcétera capaz de infundir
vértigo en el ánimo más avezado. No es posible penetrar esos abismos en el
breve espacio de estas letras, pero si tentar una aproximación desde la
experiencia cotidiana del común de las personas.
Para entender la importancia
de la cultura hay que empezar por su génesis. No es difícil imaginar la cultura
como un libro que tiene principio en algún momento remoto de los orígenes
humanos, cuando la necesidad de comunicación hizo presencia manifestándose en
el primer gruñido articulado, cuando las limitaciones físicas buscaron
extensión en la primera piedra trocada en rudimentario martillo, cuando algo en
lo más intimo de esos primitivos antepasados los hizo intuir la noción de sí mismos, de sus semejantes y
de su entorno. Desde ese punto de vista, cultura sería cada persona y su
interrelación con los otros para transformar su contexto, cada individuo sería
una letra que escribe el periplo del transcurrir humano a lo largo del tiempo
deviniendo en lo que conocemos como sociedad y civilización. Cuando se mira
retrospectivamente la historia, pareciera estar protagonizada por unos
relativamente pocos individuos que Emerson llamaría Hombres Representativos y Carlyle Hombres Heroicos, tales como Alejandro Magno, Platón,
Gutemberg, Napoleón, Goya, Pitágoras, Galileo, Colón, Newton, Pasteur, Chuang
Tzu, Moctezuma, Cortéz, Marie Curie, Edison, Cervantes… Esa lista anacrónica y escueta simboliza a
quienes parecen empujar una porción enorme de la cultura, pero luego queda el
resto que podemos resumir en tres palabras: El
Colectivo Anónimo. Verbigracia los pintores de las cuevas de Altamira y
Lascaux, los canteros que tallaron los bloques de las pirámides, los artesanos
que fabricaron el calzado de los soldados de Alejandro, los esclavos que
empedraron los caminos de la antigua Roma, los soldados que abonaron con sus
cadáveres el suelo ruso siguiendo las ambiciones de Napoleón, los que han arado
la tierra por siglos, los herreros que a fuego y martillo doblegaron el metal,
los que infinitamente amasan el pan. Las dos listas serían meras enumeraciones
caprichosas si no ilustraran la certidumbre de que la historia es el compendio
de todos y cada uno de los hombres que habitaron el planeta y que en la misma
medida todos son cultura, pues la cultura ocurre y se desarrolla dentro y fuera
de cada individuo, formando un animal vivo e intemporal que crece y se
desarrolla tanto como lo hacen las personas que lo componen. Siendo la cultura
equiparable a un ser vivo, podemos suponer que la salud de este ente colectivo depende intrínsecamente
de quienes conforman todas sus partes. Así, tenemos salud y enfermedad en la
cultura: el desarrollo de múltiples lenguajes, de las matemáticas, la obra de
Homero, la invención de la rueda, el calendario azteca, la invención de la
imprenta, el chip, el cañón, la guillotina, los hornos crematorios de
Auschwitz, la bomba atómica… la lista sería interminable y en ella podemos
apreciar tanto a los personajes individuales que lideraron la historia de la
cultura, como aquellas multitudes anónimas sin las cuales muchos sucesos
habrían sido imposibles. Que la cultura represente bienestar y no sufrimiento,
riqueza en la diversidad y no intolerancia, auténtico desarrollo tecnológico y
no daño ecológico, depende de cómo cada uno de los seres humanos que habitan el
planeta continua escribiendo el libro de la cultura.
Un dibujo de Quino ilustra el
planeta tierra flotando en el espacio y de un extremo del globo sale una mecha
encendida que es televisada desde un helicóptero. Sobre el globo terráqueo hay
un hombre sentado frente a un televisor que muestra la mecha a punto de hacer
explotar el planeta, mientras dice algo así: “MENOS MAL QUE EL MUNDO ARDE SIEMPRE POR OTRO LADO!!!” Esa muestra de
humor trágico y genial es tristemente real y vigente. Contemplar desde el
trópico con indolencia como se deshielan los polos es tan grave e irresponsable
como releer la historia sin aprender a no repetir los errores; quién arroja
basura a la calle contamina su casa, quién estafa a otro se roba a sí mismo,
cuando una sociedad acepta como norma el acecho continuado y fraudulento de los
unos sobre los otros para sacar provecho, involuciona hacia una cultura de la
barbarie y del caos. Es ingenuo imaginar que la distancia física o temporal
resguarda de las consecuencias de la indiferencia masificada.
La UNESCO expone esa necesidad inaplazable de responsabilidad cultural cuando afirma "...que
la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la
que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y
éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos
opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo,
se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias
realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que
lo trascienden."
Toda persona capaz de darse
cuenta de sí misma como ser individual y colectivo (es decir, quien obtiene auténtica conciencia), al mirar a sus semejantes ve el reflejo de sí mismo,
pues todos somos a la vez autores, actores y espectadores de la cultura en el
escenario del mundo, todos creamos cultura nos guste o no y esa cultura en
continua transformación nos define par bien o para mal.
Mariano
Esquivel
Bogotá,
Mayo de 2010
mayeuticaart@yahoo.com
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