viernes, 18 de enero de 2013



PRESENTACIÓN  A LA EXPOSICIÓN
DOBLE VERDAD – VALORES ETERNOS

En un cosmos inconcebiblemente complejo, cada vez que una criatura se enfrentaba con diversas alternativas, no elegía una sino todas, creando de este modo muchas historias universa­les del cosmos. Ya que en ese mundo había muchas criaturas y que cada una de ellas es taba continuamente ante muchas alternativas, las combinaciones de esos procesos eran innu­merables y a cada instante ese universo se ramificaba infinita­mente en otros universos, y estos, en otros a su vez.
OLAF STAPLETON
Star Maker (1937)


¿Debe asignarse a todas las cosas un momento, un lugar? Por ahora somos criaturas del tiempo y el espacio, en el acto perpetuo de clasificar... El juego comenzó con la portada de un libro de Hauser en donde pa­recía haber una clave. Allí estaba representado un bloque axonométrico compuesto por cubos, con un collage hecho de recuadros renacentistas en su cara superior. El bloque, en conjunto, se rompe por la carencia de varios de sus módulos, separados, flo­tando en torno; el hueco dejado por uno de ellos se transforma en imagen reversible. El arte parece ser eso, (más aún el actual) una es­tructura modular de imágenes cambiantes, siempre carente de alguna(s) parte(s), algún segmento que le dé sentido completo. La pa­radoja se manifiesta cuando se trata de llenar los espacios vacíos, siempre engañosos. Si imaginamos un valor para cada cubo y un sub-valor para cada plano, ya tenemos un objeto permutable, una "com­plejidad" capaz de modificar, dadas las infinitas relaciones posibles, la forma y el resultado estético de la obra de arte. Pero se olvidan otras cosas, (esas que, últimamente siempre faltan) salvando los procesos de análisis convencional, las formas retóricas y las fórmulas semióticas, queda el asombro, lo primero que adverti­mos cuando algo nos conmueve. Los caminos de aproximación y comprensión de la obra de arte son múltiples, llenos de encrucijadas bifurcándose y entrecruzándose hasta la extrapo­lación. El hacer, muchas veces, se ve signado por el carácter y las circunstancias de quien lo realiza. Marcel Schwob, por ejemplo, propone un acercamiento a la obra del artista, desde las manías y rarezas de sus hábitos cotidianos, más allá de los hechos célebres dejados para la historia.

Todo lo anterior presupone una vía, una disposición distinta para reordenar de manera singular y plural las imágenes que integran esta muestra, a conveniencia del observador, con valores permutables como los cubos en el libro de Hauser, como los componentes irre­gulares de un caleidoscopio, siempre simétricos y nuevos ante el espejo, a pesar de su naturaleza individual.
Cada obra (cubo, pieza del juego) posee su propio territorio y es emblema de su autor:

Eduardo Azuaje, fabricante de símbolos, alquimista de un lenguaje arcaico, materializado en estructuras flotantes, pobladas a su vez, de signos familiares, anclados en la materia como un hallazgo arqueo­lógico.

Bruno García, demiurgo y estratega de dibujos, batallas tejidas de ángeles y crucifixiones que fraguan en piedra.

José Guédez, compositor de ritmos gráficos, elucubrador de objetos textiles, armonías recodificando las preexistentes.

Antonio Montes de Oca, habitante de la intimidad de los objetos que lo acompañan y se escapan, para cristalizar en dibujos transportados a planos grises, como sombras o fantasmas en una realidad super­puesta, congelada.

Yobel Parra, viajero del tiempo subjetivo, volcado en planos e instantes detenidos. Conductor del avión o el barco de papel, modelado por el gesto, anclado para siempre en los sueños de la niñez y rescatado para el tiempo objetivo, a través de las veladuras de color, capas de memoria develadas desde arriba, en un vuelo.
Nos sabemos (se quiera o no) inscritos (mejor: pre-esquematizados) en la posmodernidad, quisimos darle la figura de un caleidoscopio, y que fuese un juego; de allí el título de la exposición: Verdades Do­bles (mas bien múltiples, quedan los espejos) - Valores Eternos (aquellos rebotando perpetuamente como reflejos). Es al Observador a quien corresponde ponerlo en movimiento.
Mariano Esquivel, Caracas 1995


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