PRESENTACIÓN A LA
EXPOSICIÓN
ALQUIMIA DEL TIEMPO
- LOS NUEVOS DIOSES
DE RICARDO LAVERDE Y
CAMILO CRUZ
El escritor inglés Wilkie Collins,
describe un diamante amarillo, engastado en la frente de una divinidad
hindú, alegoría de la luna. En sueños, la deidad ordena a
sus tres sacerdotes brahmanes custodiarla por turnos día y noche hasta
el fin de los tiempos. Igualmente, sentencia la perdición de quien
profane la piedra sagrada, así como a todos los de su casa y a sus herederos.
Los fulgores del diamante aumentan o disminuyen parejamente con los de la luna,
por ello la llaman La piedra lunar.
Como
en la novela de Wilkie Collens, las joyas de los diseñadores Ricardo Laverde
y Camilo Cruz poseen las características
del ornamento, pero surgen de los vínculos con el problema del tiempo, el espacio místico, el carácter sagrado, los
territorios oníricos y los juegos paradojales.
Temáticamente, las piezas de
Ricardo Laverde, tituladas Alquimia del Tiempo, abordan
dos categorías. La primera tiene origen en los borrosos conceptos de la
llamada posmodernidad
y son: ante todo, pretexto para la especulación
irónica de un tiempo caótico y descontextualizador, hiperproductor de esquemas hechos para el olvido.
Así, podemos encontrar
piezas como la denominada Transparencia del mal,
título que alude una de las obras del pensador
francés
Jean Baudrillard. Este pectoral representa la imagen de un monje de
rostro traslúcido dado
por espacios negativos, rodeado de láminas de hierro oxidado
y circuitos integrados, atrapados por una placa de resina y plata.
Otra pieza de la misma categoría es el pendiente Sello
No. 7 590002001035 de la que el autor nos dice: "Esta joya
posmoderna refiere
los sistemas alienantes y un
pasaje bíblico
que el diseñador se reserva por considerar el título suficientemente elocuente."
Para
la segunda categoría, Laverde se apropió de
los Hronir imaginados por J. L. Borges en su cuento
Tlon.
Ucbar,
Orbis Tertius. De las conversaciones sostenidas con el autor de las piezas
podemos extraer lo siguiente para la comprensión de esta parte de su trabajo: La palabra hronir sirve para
denominar los objetos perdidos que se
multiplican con ligeras variantes durante la búsqueda.
Los hronir de La alquimia del tiempo son objetos (o joyas)
extraviados en tiempos inmemoriales, por seres
pertenecientes a una cultura desconocida, reencontrados ahora,
con alteraciones parciales o totales. El pectoral “La esfinge”
puede ser el resultado de un caso semejante. Sabemos que la imagen
proviene de la cultura egipcia, reconocemos la forma traslúcida que la
contiene, pero desconocemos las relaciones existentes entre ésta y
los
demás elementos que la componen. Hemos podido, sin embargo, determinar la
naturaleza de los materiales, lo que nos hace
suponer un plagio de un hronir autentico.
El pectoral “Efecto sin causa” está sustentado en el siguiente concepto:
El tiempo lo
percibimos como sucesivo, comprendemos que está unido a un encadenamiento de hechos superpuestos, cada uno con un
antecedente que a su vez tuvo otro y otro, hasta
llegar retrospectivamente al primero (metafísica que no abordamos). Esa macro-ramificación de sucesos
que tiene un origen y una consecuencia es lo que llamamos causas y efectos. Para nosotros es casi imposible aceptar
que un hecho no haya tenido una circunstancia (o circunstancias) que lo produzca; sin embargo encontramos que el título de
este pectoral así lo propone. Se puede argüir que emplear, la palabra efecto implica obligatoriamente asumir la
causa que lógicamente lo derivó. Ese
razonamiento no debe aplicarse a un hronir que puede estar plenamente
justificado en la paradoja, el absurdo o el
no tiempo. Se omite aquí la descripción de la pieza, pues ello involucraría un
ordenamiento y, consideramos que su lectura es responsabilidad del observador.
Cuando
el escritor inglés
G.K. Chesterton dio por nombre a uno de
sus libros La esfera y la cruz, sabía que la contraposición de ambos símbolos
era la figura de la eterna batalla, la continua ambivalencia y sociedad
de los conceptos bien y mal. El profesor Lucifer se desplaza por los aires en un vehículo esférico, mientras el monje Miguel se
mantiene sujeto a los brazos de una cruz levantada sobre una cúpula, para no
caer. La esfera es emblema de la perfección, como en la catedral de San pablo.
En los diseños de Camilo
Cruz, los símbolos también son parábola, parábola que no
persigue el mensaje enigmático, pero sí la comunicación íntima y
comprometida con el interlocutor. Los
símbolos subyacentes en los elementos que componen sus piezas se atraen, se rechazan, se fusionan o se trasmutan en ritmos que determinan discursos
modificables: "El círculo como
elemento geométrico por sí solo no expresa nada. El círculo es símbolo del sí
mismo, indica el principio y el fin
en el mismo punto. El círculo es figura del eterno retorno. El círculo es
alegoría de la razón. El círculo forma cerrada
y herética. El círculo, símbolo del infinito, etc."
Los valores cambiantes son parte intrínseca del misticismo
lúdico en la obra de Camilo Cruz. Las piezas pueden desplazar a voluntad
del observador despierto, el mero ornamento
que la configura y ser lenguaje de comunicación sugerente, trasladado al plano poético, es decir, místico.
Para Camilo, los símbolos que
evolucionan o permutan su significado semejan la
fragilidad de las devociones humanas, Por eso llamó a su
colección de joyas Los nuevos dioses.
Los visitantes de la
exposición
encontrarán un montaje que propone un
ensamblaje interactivo de los conceptos: monumentalidad, arquetipo,
mitificación, desmitificación, creador y creación, en los cuerpos de los
autores crucificados por sobre un
reclinatorio que exhibe sus obras.
Mariano Esquivel, Marzo de 2000
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