martes, 8 de enero de 2013


PRESENTACIÓN A LA EXPOSICIÓN
ALQUIMIA DEL TIEMPO - LOS NUEVOS DIOSES
DE RICARDO LAVERDE Y CAMILO CRUZ

El escritor inglés Wilkie Collins, describe un diamante amarillo, engastado en la frente de una divinidad hindú, alegoría de la luna. En sueños, la deidad ordena a sus tres sacerdotes brahmanes custodiarla por turnos día y noche hasta el fin de los tiempos. Igualmente, sentencia la per­dición de quien profane la piedra sagrada, así como a todos los de su casa y a sus herederos. Los fulgores del diamante aumentan o disminuyen parejamente con los de la luna, por ello la llaman La piedra lunar.
Como en la novela de Wilkie Collens, las joyas de los diseñadores Ricardo Laverde y Camilo Cruz poseen las ca­racterísticas del ornamento, pero surgen de los vínculos con el problema del tiempo, el espacio místico, el carácter sa­grado, los territorios oníricos y los juegos paradojales.
Temáticamente, las piezas de Ricardo Laverde, tituladas Alquimia del Tiempo, abordan dos categorías. La prime­ra tiene origen en los borrosos conceptos de la llamada posmodernidad y son: ante todo, pretexto para la especula­ción irónica de un tiempo caótico y descontextualizador, hiperproductor de esquemas hechos para el olvido. Así, po­demos encontrar piezas como la denominada Transpa­rencia del mal, título que alude una de las obras del pen­sador francés Jean Baudrillard. Este pectoral representa la imagen de un monje de rostro traslúcido dado por espacios negativos, rodeado de láminas de hierro oxidado y circuitos integrados, atrapados por una placa de resina y plata. Otra pieza de la misma categoría es el pendiente Sello No. 7 590002001035 de la que el autor nos dice: "Esta joya posmoderna refiere los sistemas alienantes y un pasaje bí­blico que el diseñador se reserva por considerar el título suficientemente elocuente."
Para la segunda categoría, Laverde se apropió de los Hronir imaginados por J. L. Borges en su cuento Tlon. Ucbar, Orbis Tertius. De las conversaciones sostenidas con el autor de las piezas podemos extraer lo siguiente para la comprensión de esta par­te de su trabajo: La palabra hronir sirve para denominar los objetos perdidos que se multiplican con ligeras variantes du­rante la búsqueda. Los hronir de La alquimia del tiempo son objetos (o joyas) extraviados en tiempos inmemoriales, por seres pertenecientes a una cultura desconocida, reencontrados ahora, con alteraciones parciales o totales. El pectoral “La esfinge” puede ser el resultado de un caso semejante. Sa­bemos que la imagen proviene de la cultura egipcia, reco­nocemos la forma traslúcida que la contiene, pero desco­nocemos las relaciones existentes entre ésta y los demás elementos que la componen. Hemos podido, sin embargo, determinar la naturaleza de los materiales, lo que nos hace suponer un plagio de un hronir autentico.

El pectoral “Efecto sin causa” está sustentado en el siguiente concepto:

El tiempo lo percibimos como sucesivo, comprendemos que está unido a un encadenamiento de hechos superpuestos, cada uno con un antecedente que a su vez tuvo otro y otro, hasta llegar retrospectivamente al primero (metafísica que no abordamos). Esa macro-ramificación de sucesos que tiene un origen y una consecuencia es lo que llamamos causas y efectos. Para nosotros es casi imposible aceptar que un hecho no haya tenido una circunstancia (o circunstancias) que lo produzca; sin embargo encontramos que el título de este pectoral así lo propone. Se puede argüir que emplear, la palabra efecto implica obligatoriamente asumir la causa que lógicamente lo derivó. Ese razonamiento no debe aplicar­se a un hronir que puede estar plenamente justificado en la paradoja, el absurdo o el no tiempo. Se omite aquí la descripción de la pieza, pues ello involucraría un ordenamiento y, conside­ramos que su lectura es responsabilidad del observador.
Cuando el escritor inglés G.K. Chesterton dio por nom­bre a uno de sus libros La esfera y la cruz, sabía que la con­traposición de ambos símbolos era la figura de la eterna ba­talla, la continua ambivalencia y sociedad de los conceptos bien y mal. El profesor Lucifer se desplaza por los aires en un vehículo esférico, mientras el monje Miguel se mantie­ne sujeto a los brazos de una cruz levantada sobre una cú­pula, para no caer. La esfera es emblema de la perfección, como en la catedral de San pablo.
En los diseños de Camilo Cruz, los símbolos también son parábola, parábola que no persigue el mensaje enigmático, pero sí la comunicación íntima y comprometida con el interlocutor. Los símbolos subyacentes en los elementos que componen sus piezas se atraen, se rechazan, se fusionan o se trasmutan en ritmos que determinan discursos modificables: "El círculo como elemento geométrico por sí solo no expresa nada. El círculo es símbolo del sí mismo, indica el principio y el fin en el mismo punto. El círculo es figura del eterno retorno. El círculo es alegoría de la razón. El círculo forma cerrada y herética. El círculo, símbolo del infinito, etc."
Los valores cambiantes son parte intrínseca del misti­cismo lúdico en la obra de Camilo Cruz. Las piezas pueden desplazar a voluntad del observador despierto, el mero or­namento que la configura y ser lenguaje de comunicación sugerente, trasladado al plano poético, es decir, místico.
Para Camilo, los símbolos que evolucionan o permutan su significado semejan la fragilidad de las devociones humanas, Por eso llamó a su colección de joyas Los nuevos dioses.
Los visitantes de la exposición encontrarán un montaje que propone un ensamblaje interactivo de los conceptos: monumentalidad, arquetipo, mitificación, desmitificación, creador y creación, en los cuerpos de los autores crucifica­dos por sobre un reclinatorio que exhibe sus obras.
Mariano Esquivel, Marzo de 2000

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